"Cada mirada, una historia".
Sentada en la computadora del trabajo, me doy cuenta que ya son las doce. Agarré mis cosas y disparé rápidamente a la parada del 55 rumbo a la facultad; allí me encontraría con las chicas y nos encaminaríamos al Borges, a la exposición de fotos de Steve McCurry. Después de veinte minutos de espera ya era hora de que el colectivo doblara y se asomara por Thames. Así fue, como si hubiera escuchado mis plegarias de que apareciese (me estaba helando, hacía mucho frio). Pasaron otros veinte más y ya me encontraba en la puerta principal de la facultad con una de ellas. Teníamos que esperar que se hiciera la una para terminar de juntarnos todas. Mientras le comentaba cómo me había pasado de parada y tuve que bordear todo el Parque para llegar a destino, llegaron .Caminamos hasta el subte, nos bajamos en Florida y fuimos por la misma unas tres cuadras esquivando gente muy acelerada... demasiado para mi gusto, parecía una maratón. Llegamos e ingresamos por la esquina de Viamonte y San martin. Obtuvimos nuestras entradas para el ingreso. Subimos y buscamos el pabellón III, sala 21. El ambiente cambia por completo, dejan de escucharse esas voces de esa gente acelerada, y el silencio comienza a adueñarse del lugar, la sala estaba vacía. Éramos nosotras cuatro, más tarde entraría una pareja. Y ahí se encuentran...allí están decorando aquellas blancas paredes interminables todas esas fotografías. Todos esos rostros que no dejan de mirarme, que no dejan de pedirme ayuda. La primera imagen que me impacto y me detuve más de cinco minutos, fue la de Ali Aqa, un niño de 15 años de familia pobre: él planea ser abogado. Hay esperanza en su mirada. En ese momento en mi cabeza se instala un sentimiento enorme de admiración y emoción, y pienso: ¡Si!, seguramente lo logre o por lo menos haga todo lo posible por su sueño. Sigo caminando y no dejo de sentirme observada por todas esas caras que no solo me piden ayuda, sino que también me invitan a que conozca su historia. Cada imagen, una historia. Me invade la indignación, dos niñas de Indonesia cubiertas bajo una canasta de arroz para escapar de la lluvia. Cuánta gente hay en esas condiciones en todo el mundo; miramos un poco más allá de nuestro mundo, de nuestra burbuja en la que a veces nos sumergimos y vemos esto por todas partes. La indignación aumenta cuando veo a esa madre, durante la inundación, el Monzón, con su niño pidiendo limosna a través de la ventana de un taxi.
-¡No puede ser! Todos los días veo esto.
Vuelvo a la entrada donde se encontraba uno de los hombres de seguridad y le pregunto si se puede sacar fotos, a lo que me responde:
-Si no te ve ningún otro policía podes.
Agradecida me dirijo nuevamente al sector en donde me encontraba, pero algo me detuvo. Esos ojos verdes. Aquella mirada fija y conmovedora. El retrato de una joven afgana, huérfana en un pueblo bombardeado por los soviéticos, Sharbat Gula. Mientras leía que el encuentro con Steve McCurry había durado un cuarto de hora en el cual él la fotografió, sentía que esos ojos no dejaban de mirarme. Steve no le pide su nombre, apunta sólo a la edad: doce años. Aprendió a mirar y esperar. Si sabes esperar, como él mismo dijo, la gente se olvidará de tu cámara y entonces su alma saldrá a la luz. La imagen publicada en 1985 en "National Geographic" vive su propia historia. McCurry intentará encontrar a la niña, tras una búsqueda de dieciocho años, en la cual por medio de una prueba de " reconocimiento de las características faciales" la encuentra, era la misma que había fotografiado en 1984. Este hombre nacido en Filadelfia, considerado uno de los mejores fotógrafos del mundo, había logrado su cometido: encontrar a la niña.
Emocionada por la historia, intento sacar una foto de aquel momento, de ese retrato inolvidable y el flash y el sonido de la cámara retumbaron en la sala. Por supuesto, tuve que dejar de sacar fotos por un largo rato...tenía que disimular.
Sigo recorriendo esas historias, y veo rostros por todos lados, veo tristeza en aquel hombre de Vietnam esperando el resultado de HIV de su familiar.
Corro la mirada y leo aquella frase tan cierta para algunos y tan desechable para otros: " Tal como una vela no puede sobrevivir sin fuego, los hombres no pueden vivir sin una vida espiritual”. No digo que haya que vivir rezando, pero si digo que todos necesitamos creer en algo o en alguien. Y todas esas miradas transmiten eso: necesidad de creer, están desesperanzados pero quieren crecer, quieren confiar.
Terminé por desarmarme, casi a punto del llanto y quizás no era para tanto, pero me di cuenta que no somos conscientes del mundo en el que vivimos cuando vi esa fotografía: un niño llorando apuntándose con un arma. Ni calculé el tiempo que estuve detenida en aquellos ojos, en ese llanto, en esa situación. Fue bastante .De un lado y de otro más imágenes de pequeños jugando con armas, algunos eran parte del ejército.
Estuve mas de media hora sin emitir una sola palabra.
Me pregunto, ¿ en qué mundo vivimos?.¿Aquél niño podrá cumplir su sueño de convertirse en abogado?¿Ciudades bombardeadas constantemente?¿Pueblos destruidos? ¿Esa familia pidiendo limosna? ¿Esos nenes de cinco ó seis años trabajando?.Aquellos chicos que tendrían que estar jugando a la pelota o estudiando para la escuela,¿ portando armas?,¿jugando con ellas?. No es solo la India, Honduras o Afganistán.... es en todas partes. Y realmente, caer en esa realidad es bastante duro.
Terminando la vuelta a esa sala de vidas plasmadas en rostros, en fotografías, de historias contadas con la mirada nos retiramos y volvemos a la "rutina". Aquella que no siempre nos permite ver que hay algo más allá de nosotros y que quizás en otras situaciones nos marca todo el tiempo esa cruda realidad.
Me encontraba esperando el 140 para ir de regreso al trabajo. El semáforo en rojo, los autos, motos, bicicletas y taxis se detienen. Y aquel niño de ropas usadas pasaba por cada auto a pedir monedas, nadie le dio nada. El semáforo se pone en verde, sube a la calle y me pide a mí. Vi en esa cara la misma mirada de desesperanza que en esas imágenes de esos niños. Se las doy y le pregunto:
-¿Qué te vas a comprar?
-Galletitas, tengo hambre...
Me subo al colectivo pensando y reviviendo cada cuadro, cada historia y cada gesto....Son el fiel reflejo de aquel niño del semáforo, de todas esas personas que piden a gritos ayuda y que no la encuentran por ningún lado.
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Hola Antonela! Algunos comentarios sobre tu crónica:
ResponderEliminar-"Todos esos rostros que no dejan de mirarme, que no dejan de pedirme ayuda". Es ayuda lo que piden? No sé, yo estuve ahí también y no sé si esta ahí la demanda. Si es que hay una demanda, porque que uno se sienta interpelado es cosa distinta.
En la mayoría de los casos me pareció encontrar una fuerte aura de dignidad. El niño que quiere ser abogado, el que se apunta con un arma, piden ayuda o qué es lo que expresan? No soy yo quien tiene la respuesta, pero es un espacio para reflexionar, debatir. Sin dudas, la muestra de Steve es de "alto impacto".
-Cuidado con los tiempos verbales, pasado y presente aparecen mezclados.
Saludos, hasta mañana!
Emilia