Siendo las cuatro y media de la tarde, estoy en camino a la parada del colectivo 299 ramal M (Matanza: partida Estación de Banfield, destino Estación Lanús), un recorrido no muy extenso la mayoría de las veces pero que transita distintos momentos, al menos a mi parecer.
Mientras lo espero, me doy cuenta que hay algo distinto en aquella placita. Madres con sus bebés, nenes corriendo por todas partes, algunos en la calesita que emite de fondo una canción de Xuxa (igual que un altavoz de un celular en el Roca pero que esta vez vale la pena escuchar) esto es sin dudas una regresión en el tiempo, me vi corriendo por los canteros y sacándome aquella foto que tengo en la mesita de luz, ahí subida a uno de esos caballitos. Esta no es la misma plaza que hace 20 días está limpia, con pintura nueva… tiene alegría, tiene vida.
Ya después de unos quince minutos me encuentro en la mitad de la fila para subir; siempre hay mas de ocho, nueve personas esperándolo por cierto es uno de los que mas tarda en llegar. Ahí está, doblando Talcahuano entrando por Vergara (hace unos cincuenta metros y se topa con nosotros). Me subo y le pregunto al chofer cuánto es hasta la estación de Lanús, hace tanto que no voy que ya ni me acuerdo. Pongo mi peso cincuenta y me siento allí, en los asientos individuales bien al fondo, casi siempre cuando voy hasta mi casa me siento por la mitad o donde haya lugar, no lo elijo… el asiento me elije a mi, en este caso pude optar.
Dobla por la calle Maipú para pasar la Avenida Alsina. Todo marcha normal, como de costumbre. Gente corriendo para poder tomarse el tren que en unos minutos está llegando. Mujeres y mujeres que salen del supermercado, algún que otro hombre aparece en la escena cargando bolsas, uno se dirige hasta su auto sin mirar la calle cuando cruza. A pesar de su paso por la vida alborotado, cansado, exaltado, estresado, y cualquier otra escusa que pueda llegar a cruzársele por la mente, al minuto de darse cuenta que cruzo como el diablo y que el chofer largo un bocinazo tremendo, pide disculpas y entra a su auto. El chofer se lo quería comer vivo.
Siguiendo por Maipú miro hacia arriba de los locales, casi nunca me detengo a observar los departamentos que están por encima de éstos. Cuando viajo en colectivo generalmente me desconcentra la gente que se la pasa hablando de sus problemas de la vida, o los nenes que suben cuando salen del colegio y están todo el trayecto gritando y tirando pelotitas de papel. Pero esta vez, estoy como en otro mundo. Exactamente nose si en otro mundo, pero miro todo desde otra perspectiva. Hay unas veinte personas adentro del colectivo. Todas distintas, ya sea de edad, estatura o sexo, distintas en la estética, pero iguales…iguales en la mirada. Después de ver la exposición de fotos de Steve Mc Curry aquella vez y a partir de ahí miro con otros ojos la mirada de la gente. Y en este caso, veo cansancio, tristeza en algunos pero un brillo en todos (creo yo la esperanza da ese brillo). Estos diez minutos en los que me pongo a ver las miradas de otros me matriculo a mi misma como psicóloga, me siento analizando e imaginándome la vida de cada uno de ellos.
El recorrido continúa, ya doblando por Quintana pienso que en una cuadra tengo que bajarme, pero reflexiono dos segundos y me doy cuenta que hoy mi destino no es mi casa, entonces sigo.
Después de Malabia , la calle Quintana se transforma en La Matanza y unas cuadras más adelante ya no es más Banfield sino Remedios de Escalada.
Siento algo raro, las cosas cambian. No por menospreciar ni hacer diferencias, pero hasta las veredas son distintas. Mas despobladas, algún grupo de jóvenes en determinadas esquinas. Pero nada de nenes corriendo ni jugando por las calles. La mayoría de las casas con rejas altas, altísimas. Y en algunas de ellas se ve la unión o el anexo que le hicieron a las que antes existían, esas rejas que antes no te pasaban el ombligo y ahora son más altas que uno con el brazo estirado. Habría que preguntarse porqué se llegó a tanto. Estás en tu propio hogar y a veces hasta ni la reja alcanza, agregados de alarmas, cámaras. Confío fiel y lamentablemente en esa frase de mi abuela “el mundo de hoy no es el que era antes”, ya lo creo.
Dejo de renegar un poco y de hacerme mala sangre y continúo en mi observación. Hay tiendas, mecánicas, almacenes, fiambrerías, carnicerías…todas anunciadas con carteles a mano. Todo barrio a unas cuadras de su casa tiene otro un tanto más precario. Analizo esas diferencias y me cuesta entender que en tan pocos metros hay dos vidas totalmente distintas. Los otros, los distintos, los caretas, los “villa”, los “chetos”, los de un lado, los del otro…¿por qué todos esos carteles que precisamente no necesitan un clavo para catalogarse?. Al fin y al cabo todos respiramos, somos todos iguales, la diferencia aunque nos cueste asumirlo la hacemos todos, los 12 meses del año.
Ya llegando al final del recorrido, la cosa empieza a cambiar. Hay más negocios comerciales, mas gente caminando por las calles. Regresan a la escena los nenes corriendo en las veredas, o de la mano de sus padres. Doblando para llegar a la estación de Lanús, como no podía faltar, una cola interminable para volver a subirse. Me bajo, recorro algunos lugares por la 9 de Julio, que aunque me sienta en el Centro, estoy en Lanús. Menos gente que espera, y vuelvo a tomarme el 299 para bajar, esta vez, en mi casa.
De vuelta en el mismo asiento, un poco mas calmada, sin tanta psicología, miro a mi alrededor y todavía no puedo evitar preguntarme: ¿Por qué?
Me gusta el tono, la descripción y el foco en los detalles, Antonella.
ResponderEliminarSaludos!